En
días pasados aprendí que uno no debe traicionar sus secretos, así que sólo diré
que es mi parte favorita del 2012.
Llegó
así, de la nada, de una forma inesperada ni yo corrí a su encuentro y tampoco
corrió al mío, sólo nos topamos en el camino. Le descubrí una tarde de Mayo, el
día 13 para ser exactos. Uno de esos días en los que me senté en el sillón a
descansar de aquellas veces en las que he herido a un corazón y de las que me lo han
herido a mí.
Hasta
ese momento tenía una idea clásica de lo que es el amor: chocolates, rosas,
canciones, días y días de cortejo hasta lograr el primer beso… Había
experimentado el amor con gente de carne y hueso, pero nunca con alguien de
aparente hierro... Ese ser de hojalata me cubrió con su presencia y me abrigó con las respuestas a
mis mensajes de buenas noches...
Me
enseñó que toda mi mala suerte en el amor no era más que la consecuencia del concepto
equivocado que tenía del mismo. Me mostró que el amor no son sólo corazones
latiendo ni tampoco buenas intenciones, que no es sólo detener el tiempo con un
beso y que tampoco son eternos suspiros.
Me
dijo que el amor es un sentimiento real, es la lucha y el deseo del uno por el
otro. Es ese veneno que mata y revive al mismo tiempo. Que es inspiración, que
es día y noche, que es consuelo y es reproche. Me dijo que el amor ese
sentimiento tierno y a la vez salvaje. Me mostró que el amor es también el
cuerpo desnudo del otro junto a uno. Que es una danza de erotismo, una batalla
que se inicia con besos y se termina en la cama. Que es crear un nuevo mapa de
caricias en la espalda, el abdomen, el cuello… Que son gemidos profundos cuando
te abrazas para tratar de ser uno.
Me mostró una cara del amor hasta ahora para mí
desconocida, me quemó con su fuego y después… Después me condené querer dormir
en las cenizas, quizá por siempre.